"Las
cumbres de Valparaíso decidieron descolgar a sus hombres, soltar las casas
desde arriba para que éstas titubearan en los barrancos que tiñe de rojo la
greda, de dorado los dedales de oro, de verde huraño la naturaleza silvestre.
Pero las casas y los hombres se agarraron a la altura, se enroscaron, se
clavaron, se atormentaron, se dispusieron a lo vertical, se colgaron con
dientes y uñas de cada abismo.
El
puerto es un debate entre el mar y la naturaleza evasiva de las cordilleras.
Pero en la lucha fue ganando el hombre. Los cerros y la plenitud marina
conformaron la ciudad, y la hicieron uniforme, no como un cuartel, sino con la
disparidad de la primavera, con su contradicción de pinturas, con su energía
sonora. Las casas se hicieron colores se juntaron en ellas el amaranto y el
amarillo, el carmín y el cobalto, el verde y el purpúreo. Así cumplió
Valparaíso su misión de puerto verdadero, de navío encallado pero viviente, de
naves con sus banderas al viento. El viento del Océano Mayor merecía una ciudad
de banderas”
“Yo he
vivido entre estos cerros aromáticos y heridos. Son cerros suculentos en que la
vida golpea con infinitos extramuros, con caracolismo insondable y retorcijón
de trompeta..........Valparaíso necesita un nuevo monstruo marino, un
octopiernas que alcance a recorrerlo. Yo aprovecho su inmensidad, su íntima
inmensidad, pero no logro abarcarlo en su diestra multicolora, en su
germinación siniestra, en su altura o su abismo”
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